viernes, 14 de octubre de 2016

El caminante de la sombra 3.


   La muchacha permanecía tumbada en la cama, desnuda y cubierta a medias por la sábana. Su pelo se desparramaba por la almohada llenándola del color rojo de su larga melena. La sonrisa, plena y placentera, mostraba en su rostro una imagen de felicidad sin límites.

—¿Quién eres? —me preguntó al terminar.

   Mis ojos recorrieron su preciosa mirada verde y se vio reflejada en ellos para descubrir un sentimiento enterrado demasiado tiempo atrás. Un lapso que no puedo recordar.

—No importa quién sea yo —Y la besé.

   No hubo lugar a más. La pasión nos poseyó convirtiéndonos en una masa informe de posiciones, golpes y embestidas. De sudor, deseo y entrega desenfrenada. De amantes hambrientos del sexo más sucio y duro hasta conseguir una explosión de placer al final de aquel encuentro.

   A los pocos minutos ella dormía satisfecha y radiante.

   El ritual daba comienzo.

 

   Horas después, arropado por la seguridad de las sombras del amanecer, caminaba de regreso a la morada que en cada jornada me ve retornar con el semblante mustio, gris, apagado…para recogerme entre sus brazos y acunarme despacio hasta que los recuerdos vuelven a disiparse, consiguiendo así que todo vuelva el inicio

   Los primeros rayos del día asomaban de manera muy tímida por encima de los altos edificios, lo que provocaba extensas protecciones para un espíritu solitario que no desea ser visto, cuando al llegar a la esquina de una calle algo hizo que pausara mi paso hasta detenerme en junto a un banco. Me acomodé mirando a la gran avenida de tres carriles esperando algo que no sabía definir. Cinco minutos más tarde el ronroneo de un coche acercándose despacio rompió el silencio de aquella amanecida y capturando mi atención. Al circular a velocidad tan reducida pude ver a su conductor y se me heló la sangre.

   Era ella. No sé cómo podía saberlo pero era ella.

   El tiempo pasó tan despacio que pude contar los rizos de su largo pelo castaño. Observar el color rojizo de sus cansados ojos verdes con motas marrones. Escuchar el sonido de su respiración agotada y de comprobar el hastío de su alma por una búsqueda infructuosa.

   Un momento de segundos que se convirtió en minutos. El sol detuvo su salida y las tinieblas su retirada. El pulso de mi corazón sonaba en el eco de un acantilado de sensaciones cuando su mirada se posó en mis ojos y no me vio, pero dejando un poso en mi alma imposible de remediar.

   Cuando me hube incorporado del banco el coche ya no estaba. Había más luz y la vida en la ciudad comenzaba un día más su aburrido trasiego.

   ¿Cuánto tiempo había estaba absorto en aquella posición? ¿Había sido ella consciente de mi existencia o la oscuridad me había ocultado a sus ojos? No tenía respuestas para ninguna de las decenas de preguntas que me asaltaban, pero de una cosa si estaba seguro, ella sería la que pondría final a esto, a mi castigo eterno.

   Apresuré mi caminar y en poco tiempo llegué a mi cueva. Sabía que pasadas las horas volvería a olvidar, primero a la espectacular chica pelirroja y, muy a mi pesar, a la mujer del coche después. Aunque esta vez estaba decidido a no olvidar a la segunda. Debía encontrarla, fuese como fuese…y tomé una decisión.

   Busqué y encontré un cuaderno. Me describí los pasos, que comenzaban a viajar fuera de mi cabeza, de toda la noche. Como conocí a la pelirroja, como hicimos el amor y contando, también al detalle, el ritual. Me narré el camino que seguí desde la casa de ésta hasta el cruce y el encuentro con la mujer del coche. Anoté el color del mismo, la marca y modelo. Recité hasta el más mínimo detalle de su cansado rostro y los sentimientos que invadieron mi razón al contemplarla. Hasta que ya no recordé nada más.

   Esta es mi caza. Una noche más. Un poquito más cerca. Ella me espera y la voy a encontrar.

 

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