La muchacha
permanecía tumbada en la cama, desnuda y cubierta a medias por la sábana. Su
pelo se desparramaba por la almohada llenándola del color rojo de su larga
melena. La sonrisa, plena y placentera, mostraba en su rostro una imagen de
felicidad sin límites.
—¿Quién eres? —me preguntó al terminar.
Mis ojos
recorrieron su preciosa mirada verde y se vio reflejada en ellos para descubrir
un sentimiento enterrado demasiado tiempo atrás. Un lapso que no puedo
recordar.
—No importa quién sea yo —Y la besé.
No hubo lugar
a más. La pasión nos poseyó convirtiéndonos en una masa informe de posiciones,
golpes y embestidas. De sudor, deseo y entrega desenfrenada. De amantes hambrientos
del sexo más sucio y duro hasta conseguir una explosión de placer al final de
aquel encuentro.
A los pocos
minutos ella dormía satisfecha y radiante.
El ritual
daba comienzo.
Horas
después, arropado por la seguridad de las sombras del amanecer, caminaba de
regreso a la morada que en cada jornada me ve retornar con el semblante mustio,
gris, apagado…para recogerme entre sus brazos y acunarme despacio hasta que los
recuerdos vuelven a disiparse, consiguiendo así que todo vuelva el inicio
Los
primeros rayos del día asomaban de manera muy tímida por encima de los altos
edificios, lo que provocaba extensas protecciones para un espíritu solitario
que no desea ser visto, cuando al llegar a la esquina de una calle algo hizo
que pausara mi paso hasta detenerme en junto a un banco. Me acomodé mirando a
la gran avenida de tres carriles esperando algo que no sabía definir. Cinco
minutos más tarde el ronroneo de un coche acercándose despacio rompió el
silencio de aquella amanecida y capturando mi atención. Al circular a velocidad
tan reducida pude ver a su conductor y se me heló la sangre.
Era ella.
No sé cómo podía saberlo pero era ella.
El tiempo
pasó tan despacio que pude contar los rizos de su largo pelo castaño. Observar
el color rojizo de sus cansados ojos verdes con motas marrones. Escuchar el
sonido de su respiración agotada y de comprobar el hastío de su alma por una
búsqueda infructuosa.
Un momento
de segundos que se convirtió en minutos. El sol detuvo su salida y las
tinieblas su retirada. El pulso de mi corazón sonaba en el eco de un acantilado
de sensaciones cuando su mirada se posó en mis ojos y no me vio, pero dejando
un poso en mi alma imposible de remediar.
Cuando me
hube incorporado del banco el coche ya no estaba. Había más luz y la vida en la
ciudad comenzaba un día más su aburrido trasiego.
¿Cuánto
tiempo había estaba absorto en aquella posición? ¿Había sido ella consciente de
mi existencia o la oscuridad me había ocultado a sus ojos? No tenía respuestas
para ninguna de las decenas de preguntas que me asaltaban, pero de una cosa si
estaba seguro, ella sería la que pondría final a esto, a mi castigo eterno.
Apresuré mi
caminar y en poco tiempo llegué a mi cueva. Sabía que pasadas las horas
volvería a olvidar, primero a la espectacular chica pelirroja y, muy a mi
pesar, a la mujer del coche después. Aunque esta vez estaba decidido a no
olvidar a la segunda. Debía encontrarla, fuese como fuese…y tomé una decisión.
Busqué y
encontré un cuaderno. Me describí los pasos, que comenzaban a viajar fuera de
mi cabeza, de toda la noche. Como conocí a la pelirroja, como hicimos el amor y
contando, también al detalle, el ritual. Me narré el camino que seguí desde la
casa de ésta hasta el cruce y el encuentro con la mujer del coche. Anoté el
color del mismo, la marca y modelo. Recité hasta el más mínimo detalle de su
cansado rostro y los sentimientos que invadieron mi razón al contemplarla.
Hasta que ya no recordé nada más.
Esta es mi
caza. Una noche más. Un poquito más cerca. Ella me espera y la voy a encontrar.
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